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martes, 9 de noviembre de 2010

Tu hogar.


Tu hogar estaba en los recodos de mis manos abiertas,
pero te parecieron tan insípidas,
que teñiste de cosas el tiempo
con tal de hacerlo interesante,
y te fuiste a roer lo mismo en otra parte.

Sólo espero que la alegría
corra como un niño alrededor de tu mesa
y de tu casa.
Que a la tristeza se le olvide dónde vives
o cómo te llamas.
Que tengas manos llenas de caricias
para despertarte en las mañanas,
y risas que te levanten de la cama
con cabellos rubios
y nariz respingada.
Que la abundancia se sienta cómoda
en tu patio.

Y que tu pasado se borre
como el mío.
Y que no recuerdes que una vez
rezaste las cuentas del tiempo conmigo.

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