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miércoles, 15 de septiembre de 2010

Ella y la Felicidad


Las sombras del pasado se fueron coagulando al pie de los árboles. A veces de tanto autocompadecerse, se le olvidaba que tenía demasiadas golondrinas viajando del invierno al verano, y que las mariposas inundaban la tierra después de los aguaceros.

A veces el espejo le devuelve la causa indefinida de sentirse semilla enterrada o flores marchitas. Ella sabe que es tonto por que los espejos no abrazan, no escuchan ni te dan ánimos cuando la conocida tristeza se sienta a la orilla de la cama en las mañanas.

Sabe que si fuera como las otras, no sería ella. No vería la vida correr por los techos, escondiéndose en el asfalto, en la rutina, en el autobús. Debajo de las piedras y en el olor a pasto recién cortado. No reiría como un niño cuando mira un celaje o un nido con pajaritos. Si fuera como las otras el estorboso corazón no le pesaría tanto, y no se conmovería igual cuando se le meten colores en los sentidos.

Y se da cuenta en tardes de lucidez, que uno es realmente feliz cuando deja de buscar lo que no se le ha perdido.

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