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miércoles, 31 de julio de 2013

El bosque oscuro (1993) Parte II

Parte II
Hester recogía verduras en el cercado de su cabaña, en las orillas del nbosque para poder vendar algunas en el pueblo y conseguir algo de dinero. El leñador y su esposa habían muerto varios años antes y vivía pobremente. Las gentes del lugar le tenían miedo, era joven y hasta algo bonita, con su largo cabello rojo y los ojos de color ceniza. Sólo los extranjeros incautos iban hasta su cabaña a encargar los magníficos bordados que realizaba. Nadie sabe quien la enseñó. La mujer del leñador era una mujer hosca, simple, jamás habría podido. Pero la verdad es que Hester podía bordar cualquier cosa mientras tuviera hilo y aguja. Le llebaban capas, botas, ropa de niño, y ella los dejaba llenos de árboles, flores y pájaros. No importaba si era seda o cualquier lino barato, ella dejaba bordaba con una maestría tal que las figuras parecian salirse de la prenda.Sin embargo, había un dejo de tristeza en ellos, eran figuras algo sombrías, si uno prestaba atención. Simpre había entre las flores, entre los racimos de uva, tras los pajaros, pares de  ojos expresivos que parecían espiarte desde la tela. Todos los animales tenían los ojos cerrados. Y a veces dibujaba lobos y perros de caza, independientemente del encargo, en alguna parte relativamente oculta de las ropas  y estos si  tenían los ojos abiertos.
En el pueblo más cercano, más por miedo que por caridad le compraban las verduras y las frutas silvestres que recolectaba y usaba el dinero para adquirir agujas, dedales, algunas telas modestas, algo de carbón, velas. Cuando terminaba algún encargo y le pagaban bien, compraba harina,mantequilla, naranjas,  alguna herramienta y frascos de vidrio para hacer las conservas para el invierno, dejaba encargada la leña aunque era bien difícil que alguno de los muchachos fuera tan valiente de ayudarle a subir en el carretón la mercadería y menos aún ayudarle a descargarla en su casa.
A pesar del aislamiento Hester se sentía feliz. Tenía la compañia de un par de gatos gordos y un enorme perro lobero de color ceniza que vivía con ella desde que e leñador estaba vivo, y los protegía de las bestias salvajes. Casi nadie vivía por allí. Decian las gentes que años antes el bosque estuvo lleno de brujas, y aunque ahora se creia deshabitado, seguían percibiendo una maldad temible. Cada verano se incendiaban regiones recónditas y aparecían cerca de los pueblos lobos  enormes que huían del fuego. Pero siempre habían viajeros que con cierta frecuencia pasaban  de regreso de las montañas, que no conocían las historias ni los rumores y se acercaban a la cabaña, le compraban alguna provisión, a veces no tenían mucho dinero y le pagaban con trabajo a cambio de que les acogiera algúnos días mientras recuperaban las fuerzas. La mujer del leñador era una mujer piadosa, y había enseñado a Hester sobre la caridad  y a ser amable con los que viajan.
Cierta vez, la región se conmocionó con la noticia de que en las ciudades lejanas había una gran peste, que se morían las personas como moscas, y que atribuían todo a la actividad de hechiceros y brujos. Debido a eso, autoridades, soldados y místicos recorrían las regiones remotas en busca de los culpables y los llebavan a la ciudades para finalmente condenarlos a la horca o a la hoguera y minimizar el mal que provocaban.
Como era de esperarse, las gentes del pueblo no tardaron en señalar a Hester como una posble bruja. Vivía cerca del bosque oscuro, no estaban seguros si realmente era hija del leñador, algunos amigos de este habian dicho que este la habia encontrado en los linderos del bosque perdida y salvaje y que podía ser hija de gitanos. Y en efecto, como diez soldados llegaron a capturar a la muchacha delgada y alegre.
El viaje a la ciudad era muy muy largo. Metida en una carreta-celda, con algunas mujeres viejas y enfermas, Hester estaba tan triste que no hablaba. Lo que hacia a escondidas, era bordar el revés de sus faldas. Antes de que la capturaran había logrado coser una bolsilla con agujas e hilos de colores entre sus ropas. Se entretenía tratando de que le diera la poca luz que entraba por las rejillas lo suficiente para ver lo que hacia y que no la vieran los custodios. Su consuelo era el perro lobero y cenizo que de lejos seguía a la triste caravana. Le agradaba pensar que alguna criatura se preocupara por ella.


El boque oscuro (1993) ParteI

Parte I
Nubia se llamaba la matriarca, la primera bruja de esas tierras. Manejaba con puño de hierro a las aprendices y sirvientas que tenía y era famosa por que sus hechizos si servían. Reyes, príncipes y hasta obispos acudían al bosque  de los pinos negros, a hacer tratos con ella. Ningún gobernante se atrevió nunca a echar al grupo de mujeres de esas tierras.El mal asechaba en cada pájaro oscuro , los lobos eran de un tamaño sobrenatural y la gente que se extraviaba a veces no regresaba jamás.
Cada luna, la anciana matriarca se rejuvenacía, a costa de sacrificios y artes oscuras y sus tratos con los demonios y se volvía hermosa como luna de plata. Esta vez, el rito era bizarro. Dos hermanas gemelas, de unos tres años de edad, hijas de la misma Nubia con alguno de los viajeros que llegaban a que les practicara hechizos para la fecundidad de la tierra iban a ser entregadas en cuerpo y alma al demonio ancestral que vivá en el bosque. La idea era que con esa entrega, el efecto del rejuvenecimiento y la belleza iban a ser permanentes.
Meses pasó preparando a las hermanas, que ni nombre tenían. Las habían criado como a cabritos a los que se piensa matar cualquier día. Flacuchas, débiles, como animalillos gruñían en vez de habar. La melena roja les llegaba casi a los pies,vestidas con harapos, casi ni sabían caminar. Las hizo comer carne de cuervo y lobos, beber sangre de cuanto animalucho sacrificaban en las ceremonias.
El gran día, una de las mujeres las sacó de la tienducha donde las mantenían, y las lavó con esmero aunque tuvieron que darles para ellouna droga para aturdirlas, ya que eran muy salvajes, pateaban, razguñaban y mordian.   Cepilló los cabellos con aguas perfumadas con hierbas del bosque y les trenzó flores oscuras y semillas . Otra de ellas las vistió con unas ropas de terciopelo negro, todo bordado con hilos de oro y plata. Les pusieron unos extraños zapatos, bordados también con símbolos cabalísticos.
Nubia inició la ceremonia, convocando al caballo púrpura, que era como se presentaba el demonio que habitaba el bosque. Y este acudió. Si cualquiera lo hubiera visto en otro lugar, habría pensado que era una criatura divina, mística, santa. Era  extremadamente hermoso, de gran talla con las crines largas y sedosas, el cuerpo atlético y perfecto. Pero si se miraba a los ojos, un terror indecible invadía el alma. Una maldad sin nombre, un miedo sin límite, un dolor indescriptible, un fuego terrible emanaba de ellos cuando la primera impresión de la belleza había pasado. Sólo Nubia era lo suficientemente experimentada para poder verlo a los ojos unos pocos segundos sin morir en el acto. Llevaba décadas haciéndolo, y aun así, la s manos le temblaban todavía cuando se acercaba al altar de los sacrificios.
 Las dos niñas habían sido puestas en una especie de tálamo.
Cuando llegó el momento clave, la bruja subió a una de las niñas a los lomos del animal, pero evitando la mirada de este, vió a los ojos de la criatura. El horror, la maldad, el dolor, eran infintamente superiores. Nubia apenas pudo bajar la vista para no morir. Pero su alma acartonada y cruel, se lleno de miedo. El poder que le estaba dando al demonio ancentral del bosque era demasiado. Tal fué la desesperación, que tomó en brazos a la criatura que quedaba y salió huyendo enre los árboles, para sorpresa de todos los condenados que presenciaban de lejos el ritual.
La bestia la persiguió furiosa, y la niñita que llevaba a cuestas, ya no era débil ni flacucha, era una niña hermosísima, de cabellos rojo como la sangre, los ojos grises, y se sostenía con fuerza de la crin con maestría. Cuando alcanzaron a la mujer que corria con dificultad le hablo, con una voz siseante y dulce- Madre, dame a mi hermana. Se te perdonará la vida- Pero no la soltaba. Entonces la niña desmontó, y con un puñal ceremonial que habían puesto en sus ropas, haciendo alarde de una fuerza enorme, hizo a la mujer arrodillarse y la degolló. La otra niña estaba drogada todavía y al caer al suelo se incorporó torpemente y empezó a caminar, aunque tropezaba por que no tenía costumbre de usar zapatos ni moverse en u espacio libre.
Cuando la hermana la iba a montar al caballo, un enorme perro ceniciento y sarnoso, que daba vueltas cerca del campamento desde hacía años, al que no habían podido aptrapar se interpuso de repente. Y para sorpresa de las almas perdidas que se habían quedado petrificadas de miedo viendo lo que sucedía, viendo como mataban a su matriarca, el perro habló- Esta no, esta no es para ti- La niña demonio quiso ignorarlo, e intentó dar un golpe con el puñal, pero el caballo la detuvo y se la llevó. El perro tomó a la pequeña y la fué arrastrando fuera del bosque.











Remordimiento

1994. Editado
I.
Antonio , a través del ventanuco que formaba la tienda de acampar, vió al sol salir y  herir con los dedos a las oscuras nubecillas de la noche. Vió de lejos los edificios repletos de sosos turistas y no pudo evitar extrañar los manglares llenos de culabras verdes y venenosas de otra época. ¿Veinte años? Gardel hacía tiempo había predicho que no son nada.
Fué a desayunarse en la pobre pensión que la noche antes, cuando llegó a supervisar unos trabajos en el nuevo hotel, le habían indicado que era el lugar más cercano donde poder comer algo decente. Algo decente, como si de chiquillo no hubiera cazado tepezcluintes y venados con Tata, y comido huevas de iguana y carne de garrobo.
Hace muchos años había huido de ahi para olvidar. Para progresar, según él, para escapar según la conciencia.
II.
Carmen tenía una trenza oscura y larga que  casi le llegaba a as nalgas, y a el le gustaba desenrredársela en la noche, cuando hacía tormenta. Unos ojos de color celestito que contrastaba con la piel oscura. Culpa de un marinero y una chumeca del puerto. Pero Carmen pocas veces le dejaba hacer algo más que deshacerle la trenza. En cambio, Lucía, la hermana mayor, hija de un antillano, con la piel negra negra como los gatos que a veces saltaban a la par de uno en el monte,  que se hospedaba con ellos después de que se murió la mamá,  más de una vez se restregaba  contra su cuerpo en la troja, mientras guardaba los fierros. No había sido culpa de nadie. Habían muy pocos hombres en aquella remotidad, sólo los valientes que le peleaban cosechas escuálidas a una montaña revuelta con mar , mala idea la enfrentarse a dos diosas al mismo tiempo, como decían los pocos indios que quedaban. Una remilgada tímida, seca, otra que mareaba cada vez que servía una taza de agua mostrando descaradamente los pechos. La virilidad y  fuerza de poco más de veinte años. Mala idea, como decían los indios, enfrentarse a dos diosas al mismo tiempo.
¿Cómo imaginar que a Carmen le iba a doler tanto?¿Cómo si parecía que no le interesaba? No habían amigas, consejeros, consuelo en aquellos lugares y los sacerdotes llegaban como cada tres años a casar gente y zampar en las aguas bautismales a los pocos niños que sobrevivían las épocas más lluviosas. Carmen huyó por la montaña y no aparecío mas nunca. Lucía se fué con el primer comerciante de cacao que pasó por allí, carcomida por la culpa también. Él se marchó al año, con un titulo de propiedad de lo que habia podido reclamar Tata en esos años, enrrollado dentro de dos  bolsas de plástico, decidido a triunfar.
III. 
Era extraño pasear por ahí con zapatos, y no con botas de caucho, como antes. Tres hoteles cabían en las tierras reclamadas por Tata. Y detras del manglar un puerto privado y una playa prístina, cómo le gustaba la palabreja, prístina que atraía a los aburridos citadinos que llegaban a ver televisón por cable mientras oían al mar de lejos.
Cuando pidió un café negro sin azúcar, la muchacha de la pensión se volvió a atenderlo y el corazón le dió un vuelco al ver unos ojos celestitos que contrastaban con la piel oscura, y una naríz igualita a la suya propia.
-Caaaaaarrrrrrmeeen dígale al señor que ya casi sale el café-oyó a una voz detrás de la puertilla que separaba el mostrador de la cocina. Una voz malditamente familiar.
Antonio tomó el desayuno mientras espiaba a la muchacha, devanándose los sesos para calcularle la edad. Sudaba más de la cuenta, aun era temprano y no hacía tanto calor. Luego mientras entraba y salía gente de la cocina, vió una figura femenina de espaldas, con una gran trenza, medio canosa, pero larga. Pagó rápidamente y se fué.
Al regreso al hotel en contrucción iba canturreando que veinte años no son nada. Y el corazón destilaba un alivio que le hizo olvidar la mitad de los encargos de su socio . No, no había perecido en el monte. No se había muerto. Y se quitó el remordimiento de un manotazo mientras espantaba mosquitos.



El hechizo

1999. Editado
En la sabana eterna, infernal en un marzo perdido, los pastos vueltos casi paja se aferraban a la tierra como náufragos. Uno que otro tijo revoloteaba cerca del rancho, escondiéndose del sol del medio día, que democráticamente, sofocaba a todas las criaturas.
Cristina entró con una arruga en mitad de a frente y una expresión  hosca en aquellos ojos que parecían más negros que de constumbre. Tiró un pedazo de camisa encima de la desvencijada mesilla de la entrada, y unos cuantos reales. Desde la mecedora, de espaldas a la puerta mientras contaba las vueltas que daban las avispas cerca de la ventana,  una voz herrumbrada y más bien masculina estremeció el aire cargado con olor a manzanilla, ajo, menta, ruda y romero.
-¿Que se case con usted?
-No
-¿Entonces?
-Que nunca quieran casarse con él.

Cuando Cristina se fué, la voz herrmbrada le comentó a un gato gordo que había enrroscado a la par de la tinaja del agua, con una sonrrisa dibujada en la boca mustia ya de los años y las hambres:
-Esta si entiende


martes, 30 de julio de 2013

Malas hierbas

A veces las ilusiones nacen como malas hierbas
al empezar el invierno,
inoportunas, inesperadas,
y no queda de otra que arrancarlas.

De tanto ronrronear en mi casa
en mi cama y anexos
mi soledad me aturde tanto,
que por un instante creí pertenecer a algo,
creí encontrar el lugar donde
pudiera reposar finalmente mi corazón.

Pero un hechizo que hay en el unbral de mi puerta
aleja de mi todo lo que amo,
desde siempre,
desde antes de octubre.

Un espejismo que cada ciclo
cambia de lugar.
La felicidad es una decisión
difícil de tomar.

Y ahora empezar otra vez
con las manos vacías.

Pero no puedo evitar tener
sentimientos encontrados,
como cuando uno se va de una casa
en la que ha vivido muchas cosas.
Como preguntarse que será de las begonias.

Mis demonios me han dicho la verdad
toda la vida,
no soy de este mundo.
No es aquí.
No puedes tener nada.
No puedes.

Odio darte la razón
cuando dijiste hace años
que no era suficiente.
Nunca he sido suficiente.