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domingo, 30 de enero de 2011

Canciones

La canción de amor se repite
por todas las cosas vivientes,
sin orden ni beneficio aparente,
y eso incluye
las palabras de las gentes,
que como gallinas culecas,
nos explican metódicamente
cómo se ama y cómo se desama,
por la manía de explicar lo que no se entiende.

Pero hay otras más puras,
más lentas, más tibias,
como la canción del silencio
arrastrándose entre el tráfico,
a regañadientes.
La canción pueril de la alegría,
que se lavanta el ruedo del vestido
para no tocar el barro soez
del humor cansón y grosero,
que se desgalilla en las radios de los taxis.

También hay canciones tristes
de por sí,
sin razón,
colgándose de los edificios,
que languidecen como ellos.
Está la canción del olor a pasto recién cortado
o a lluvia,
a asfalto mojado.

La canción de la montaña ancestral,
que huele a flores, a monte
que hace crecer el pasto
hasta debajo de los parqueos,
sin que nada pueda evitarlo,
y nos recuerda,
que el único camino
es hacia arriba.

Y en todas las canciones
uno puede perderse,
puede tararearlas
mientras se toma el café de la tarde.
Y todas duelen un poquito
cuando terminan.

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