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miércoles, 31 de julio de 2013

Remordimiento

1994. Editado
I.
Antonio , a través del ventanuco que formaba la tienda de acampar, vió al sol salir y  herir con los dedos a las oscuras nubecillas de la noche. Vió de lejos los edificios repletos de sosos turistas y no pudo evitar extrañar los manglares llenos de culabras verdes y venenosas de otra época. ¿Veinte años? Gardel hacía tiempo había predicho que no son nada.
Fué a desayunarse en la pobre pensión que la noche antes, cuando llegó a supervisar unos trabajos en el nuevo hotel, le habían indicado que era el lugar más cercano donde poder comer algo decente. Algo decente, como si de chiquillo no hubiera cazado tepezcluintes y venados con Tata, y comido huevas de iguana y carne de garrobo.
Hace muchos años había huido de ahi para olvidar. Para progresar, según él, para escapar según la conciencia.
II.
Carmen tenía una trenza oscura y larga que  casi le llegaba a as nalgas, y a el le gustaba desenrredársela en la noche, cuando hacía tormenta. Unos ojos de color celestito que contrastaba con la piel oscura. Culpa de un marinero y una chumeca del puerto. Pero Carmen pocas veces le dejaba hacer algo más que deshacerle la trenza. En cambio, Lucía, la hermana mayor, hija de un antillano, con la piel negra negra como los gatos que a veces saltaban a la par de uno en el monte,  que se hospedaba con ellos después de que se murió la mamá,  más de una vez se restregaba  contra su cuerpo en la troja, mientras guardaba los fierros. No había sido culpa de nadie. Habían muy pocos hombres en aquella remotidad, sólo los valientes que le peleaban cosechas escuálidas a una montaña revuelta con mar , mala idea la enfrentarse a dos diosas al mismo tiempo, como decían los pocos indios que quedaban. Una remilgada tímida, seca, otra que mareaba cada vez que servía una taza de agua mostrando descaradamente los pechos. La virilidad y  fuerza de poco más de veinte años. Mala idea, como decían los indios, enfrentarse a dos diosas al mismo tiempo.
¿Cómo imaginar que a Carmen le iba a doler tanto?¿Cómo si parecía que no le interesaba? No habían amigas, consejeros, consuelo en aquellos lugares y los sacerdotes llegaban como cada tres años a casar gente y zampar en las aguas bautismales a los pocos niños que sobrevivían las épocas más lluviosas. Carmen huyó por la montaña y no aparecío mas nunca. Lucía se fué con el primer comerciante de cacao que pasó por allí, carcomida por la culpa también. Él se marchó al año, con un titulo de propiedad de lo que habia podido reclamar Tata en esos años, enrrollado dentro de dos  bolsas de plástico, decidido a triunfar.
III. 
Era extraño pasear por ahí con zapatos, y no con botas de caucho, como antes. Tres hoteles cabían en las tierras reclamadas por Tata. Y detras del manglar un puerto privado y una playa prístina, cómo le gustaba la palabreja, prístina que atraía a los aburridos citadinos que llegaban a ver televisón por cable mientras oían al mar de lejos.
Cuando pidió un café negro sin azúcar, la muchacha de la pensión se volvió a atenderlo y el corazón le dió un vuelco al ver unos ojos celestitos que contrastaban con la piel oscura, y una naríz igualita a la suya propia.
-Caaaaaarrrrrrmeeen dígale al señor que ya casi sale el café-oyó a una voz detrás de la puertilla que separaba el mostrador de la cocina. Una voz malditamente familiar.
Antonio tomó el desayuno mientras espiaba a la muchacha, devanándose los sesos para calcularle la edad. Sudaba más de la cuenta, aun era temprano y no hacía tanto calor. Luego mientras entraba y salía gente de la cocina, vió una figura femenina de espaldas, con una gran trenza, medio canosa, pero larga. Pagó rápidamente y se fué.
Al regreso al hotel en contrucción iba canturreando que veinte años no son nada. Y el corazón destilaba un alivio que le hizo olvidar la mitad de los encargos de su socio . No, no había perecido en el monte. No se había muerto. Y se quitó el remordimiento de un manotazo mientras espantaba mosquitos.



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