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miércoles, 31 de julio de 2013

El hechizo

1999. Editado
En la sabana eterna, infernal en un marzo perdido, los pastos vueltos casi paja se aferraban a la tierra como náufragos. Uno que otro tijo revoloteaba cerca del rancho, escondiéndose del sol del medio día, que democráticamente, sofocaba a todas las criaturas.
Cristina entró con una arruga en mitad de a frente y una expresión  hosca en aquellos ojos que parecían más negros que de constumbre. Tiró un pedazo de camisa encima de la desvencijada mesilla de la entrada, y unos cuantos reales. Desde la mecedora, de espaldas a la puerta mientras contaba las vueltas que daban las avispas cerca de la ventana,  una voz herrumbrada y más bien masculina estremeció el aire cargado con olor a manzanilla, ajo, menta, ruda y romero.
-¿Que se case con usted?
-No
-¿Entonces?
-Que nunca quieran casarse con él.

Cuando Cristina se fué, la voz herrmbrada le comentó a un gato gordo que había enrroscado a la par de la tinaja del agua, con una sonrrisa dibujada en la boca mustia ya de los años y las hambres:
-Esta si entiende


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