Largas se hacen las noches sin que se decida a
llover. Esperar se disuelva esta sensación que se pega a la piel como un amor
viejo, de un calor sin cuerpo que lo resista, de un volver a rezar las cuentas
del tiempo sin ganas y con intereses.
Vuelve
la lluvia a describir la soledad en las aceras. Vuelve la madrugada a bailar en
mi techo. Y sigue cantando el silencio en las mañanas mientras tomo café. Y el
gato del vecino ronronea eternidad en el jardín espantando a los pájaros y a
los deseos. Espero que el tiempo se aburra de cobrarme los viernes a fin de
mes.
Que
difícil quitarse la mala costumbre de perseguir mariposas, de ver llover o de
esperar a oír tú voz, o su voz o cualquier voz en la ventana susurrando mi
nombre.
Torpe
me siento volviendo a deshojar las flores del tiempo, como sí no supiera que
llevo años viendo los pétalos podrirse a mis pies. Como sí fuera posible que
revivieran los aguaceros de un octubre borroso, lejano, dulce. Como sí fuera
posible que la amargura se diluyera con el llanto suave de abril.
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